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lunes, 4 de julio de 2011

Empatía para Médicos

Para ser un buen médico no basta con ser competente en el diagnóstico. Hacen falta otras muchas competencias, entre las que brilla con luz propia la capacidad de comunicarse y de comprender al paciente. La llamada empatía clínica parece ser un elemento esencial de la calidad asistencial, asociado estrechamente con la satisfacción del paciente y la adherencia al tratamiento, además de con menores quejas por mala praxis. Lo llamativo es que esta competencia no ocupe el lugar central que se merece en la medicina.
Las cosas, sin embargo, están cambiando. Buena prueba de ello es que en los últimos dos años se han publicado unos 400 artículos sobre la empatía en las principales revistas de biomedicina. La capacidad empática del médico empieza a ser valorada como un ingrediente básico en la práctica clínica y como un buen lubricante de todo el sistema sanitario.
Asimismo, desde que en 1995 se descubrieron las neuronas espejo, se están empezando a estudiar las bases neurobiológicas de la empatía. Y cada vez más voces autorizadas claman porque se integre en la formación médica.
El concepto de empatía se solapa con otros como el de simpatía o el de cordialidad, también importantes en las relaciones interpersonales, pero es diferente. La empatía puede definirse como la capacidad de entender lo que siente otra persona dejando constancia de ello en la relación, ya sea a nivel verbal (“entiendo como te sientes”) o no verbal (mostrando la respuesta facial adecuada, por ejemplo), pero evitando hacer juicios de valor (“ya verás como te recuperas pronto”), como apunta el médico de familia Francesc Borrell Carrió en un esclarecedor artículo publicado en Medicina Clínica (Empatía, un valor troncal en la práctica clínica).
A diferencia de la simpatía, caracterizada por el contagio emocional, en la respuesta empática el médico distingue claramente entre sus emociones y las del enfermo, pero hace el esfuerzo de ponerse en su lugar y entender sus sentimientos. La cordialidad es sencillamente una cuestión de modales o buena educación, algo básico pero que suscita muchas quejas de pacientes (“no se ha dignado mirarme a los ojos”) y que motivó en 2008 un artículo en The New England Journal of Medicine para reivindicar la llamada “medicina basada en la etiqueta”.
La empatía verdadera no es, por tanto, un sentimiento sino una actitud que nace del “esfuerzo por entender la posición del paciente durante una relación asistencial”, como dice Borrell. El médico debe intentar entender la enfermedad desde la perspectiva del paciente. Luego lo conseguirá o no, pero este es al menos su compromiso profesional, aunque le asalten todo tipo de dudas: ¿se puede ser empático con sentimientos que no entiende ni el propio paciente? ¿basta la empatía o a veces hay que contagiarse de las emociones del paciente? ¿es realmente posible entender los sentimientos de otro?
De lo que parece que ya no hay duda es de que la conducta empática puede y debe enseñarse. En un reciente artículo (Empathic responses in clinical practice: Intuition or tuition?) publicado en el Canadian Medical Association Journal (CMAJ), firmado entre otros por el oncólogo Robert Buckman, experto en habilidades comunicativas, se argumenta que “como cualquier otra competencia médica, la empatía clínica puede ser enseñada y aprendida”.
Si realmente la empatía es el reactivo indispensable para que un médico ponga en valor todo sus conocimientos y cuaje una buena asistencia, la enseñanza de esta capacidad debería estar presente en las facultades de medicina, en la formación especializada y en la educación médica permanente. Tanto hablar de avances médicos y he aquí lo que sería, a buen seguro, un gran avance.

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